1 jul 2008

Turista académico


Por primera vez un par de escritos me llevaban de viaje, así que hice todo lo posible por balancear mi pánico escénico al presentarlos con la ilusión de vivir para contarla. Esta historia narra lo que viví dentro y fuera de la IV Conferencia Mundial de Violencia Escolar en Lisboa.

Dentro de la conferencia

Meses atrás me enteré de esta conferencia y me animé a coordinar dos proyectos de investigación. A inicios de este año, una escueta pero muy entusiasta comunicación de parte de los organizadores nos confirmó que ambos proyectos habían sido aceptados como presentaciones orales.

Uno de los proyectos narra la experiencia que tiene la organización para la que trabajo previniendo la violencia escolar en Timor del Este, Colombia, Ghana y Tanzania. A pesar de tener aspectos críticos por mejorar, el monitoreo y evaluación por ejemplo, es imposible no enamorarse de la genuina relación de servicio a la comunidad sobre la que operamos. Sin dudarlo, mi presentación apeló a ella y rápidamente cautivó a la audiencia.

En el otro proyecto, mi buen amigo Juan Carlos y yo escribimos sobre la aparente intersección de la criminalidad dentro y fuera de la escuela en Chile. Desde que Juanca confirmó que no iba a la conferencia, supe que tendría que presentar nuestro proyecto y mi nivel de es3 subió a es4. Valgan verdades, mi comprensión de ecuaciones multivariadas es casi tan limitado como de astronomía: aunque pocas veces les presto atención, sé que siempre están ahí y si bien llego a reconocer algunas constelaciones jamás me consideraría un experto en la materia. Esta vez no tenía opción.

Mi angustia se apoyaba sobre tres pilares concretos: no soy criminólogo, ni estadista, ni Chileno. Así que empecé haciendo referencia a dichos pilares e invitando a los presentes a contactarse con Juan Carlos en caso tuvieran preguntas complicadas. Tal como esperaba, la audiencia rió distendida. Sin embargo, quien más me interesaba ni se inmutó con la broma. Horas antes de mi presentación, un notable catedrático Alemán había presentado un estudio con similares análisis estadísticos a los nuestros. Desde que ví su presentación, comencé a rezar para que no asista a la mía. Mis rezos se convirtieron en súplicas desesperadas cuando técnica y moralmente destruyó la presentación de mi antecesor: un catedrático Japonés de 50 años aproximadamente. Así que acabó mi presentación y poniendo en jaque a mi presión sanguínea, el Alemán apuntó al cielo. Empezó por felicitar nuestra iniciativa y yo no pude evitar recordar como cuando niño, me sobaban las posaderas antes aplicarme una inyectable. Luego, hizo una ansiógena pausa y continuó. Sin embargo, su pregunta no tenía sabor a crítica sino a consulta conceptual, la misma que no tuve problema de responder. Acto seguido, un Chileno levantó su mano pero por suerte evadió preguntas y críticas y saltó directamente a un comentario sobre cómo el contexto socio-político de su país dificulta el diseño de una adecuada respuesta a la violencia escolar. No había tiempo para más, así que el encargado del panel decidió continuar con la agenda.

Después de dos presentaciones el mismo día, estaba exhausto.

Fuera de la Conferencia

Inicialmente, planeaba aprovechar al máximo el Sábado y Domingo previo a la conferencia para conocer Lisboa. Sin embargo, debido a problemas inesperados, tuve que pasar la mayor parte de mi tiempo libre estudiando y afinando algunos aspectos de mi presentación. Pero yo no podía con mi genio. Los pies me picaban y la cámara me guiñaba el ojo. Dado que era un crimen quedarme en el hotel, me escapé algunas horas.

Si bien no la conocí lo suficiente, confieso que faltó muy poco para que me enamore perdidamente de Lisboa. Las 10 razones siguientes explican porque:
1) El Sábado por la tarde, a manera de bienvenida, la apasionada Lisboa me bofeteó con una temperatura 10 grados más caliente que la parsimoniosa de Londres.
2) En los 5 días que pasé por allá, la temperatura varió entre 22 y 29 grados centígrados.
3) Siempre radiante, su infatigable sol nos acompañó por más de 16 horas al día – todos los días.
4) Cada que miraba el cielo, me percataba de cuán tímidas y poco gregarias son las nubes en ese rincón del planeta.
5) Como queriéndome complacer, hay agua por doquier y de todo tipo: de río, ría y mar.
6) Lisboa tiene un sistema de transporte espectacular. A donde quieras que vayas, hay trenes, metro, buses, taxis e incluso, rutas especiales para ciclistas. Lo que sumado a mapas y carteles, hace imposible perderse – al menos geográficamente.
7) La geografía de Lisboa está dominada por 7 colinas – lo que es increíblemente bien aprovechado por su arquitectura. Sobre esto último, confieso que me fascinó que en la ciudad confluyan distintas épocas y estilos. De prestar adecuada atención, es muy interesante comprobar cómo el pasado se impone al presente.
8) El Domingo me escapé a una de las playas más bonitas de la ciudad. Después de 20 minutos en tren desde la Baixa (el centro de la ciudad), llegué a Cais Cais. Si bien prefiero playas vírgenes y desoladas, me fascinó perderme entre sus calles empedradas, sinuosas y empinadas. Y sin embargo, ver cómo varias de sus caletas aún se mantienen salvajes y accesibles sólo para aquellos que llegan con pequeñas y grandes embarcaciones para pescar o tomar sol. Me alucinó ver cómo sus mujeres incluso después de los 70, se pasean en ropa de baño por el malecón alardeando de la buena vida que llevan.
9) La comida es sabrosa y económica. Si prefieres la carne, las Churrasquerías volverán cualquier momento en uno memorable. Si no las conoces, procura gozar cuanto antes de aquella tradición culinaria Brasilera en la que los mozos no paran de ofrecerte divinos y groseramente enormes filetes de vaca. Si prefieres la comida marina, tendrás la oportunidad de acompañarla con un vino Alvarinho. Esta sabia combinación de peixe con vino de las Rías Baixas, al menos en mí, se digiere gracias a la melancolía de evocar varios de los más felices episodios de mi adolescencia.
10) Por sobre todas las razones expuestas arriba, lo que más me hizo disfrutar de este viaje fue comprobar cuánto se parecen los Portugueses y los Galegos. Quien diga que ambos pueblos no son primos hermanos está enfrascado en absurdos nacionalismos porque los parecidos trascienden la fonética y raíces lingüísticas, llegando a sus biotipos e incluso a cómo sazonan sus alimentos.

Como contaba líneas arriba, gran parte de aquellos 5 días en Lisboa los pasé estudiando en la habitación de mi hotel. Sin embargo, bastaba que salga a la calle para sentirme acompañado por mi abuela Galega y por minha irmã de coragem. En la noche del Domingo, ambas se sentaron en mi mesa para compartir unas gambas y ver a España ganarle a Italia. Dos días más tarde, a punto de empezar mis presentaciones, se sentaron en primera fila junto al afecto de mi esposa y de mis viejos. Fue así como en plena reunión familiar, mi es3 cayó goleado por su sereno embruxo.

Al final de cuentas, sólo alcancé a ver la capital más occidental de Europa desde la cerradura de una de sus puertas. Así que justo antes de volver, haré de académico pero en dicha oportunidad investigaré sobre sus pasados Romano, Arabe, Español, Colonial y Post-moderno. De ésta manera, al llegar a Lisboa podré disfrutar de ser sólo un turista.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado amigo, estuve a punto de comprar un CD de Fado y volví a recordar tu consejo y recuperar mi oido.

Un saludo desde Mendoza.

Alejandro Castro Santander
castro.santander@speedy.com.ar