
Si bien Perestroika significa re-estructuración creo que no soy el único que sigue asociando el concepto con la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. No decidí usar este título por el impacto de la política de Gorbachev en el Siglo XX, sino porque hace menos de una semana me sentí como se debe haber sentido cualquiera de aquellas naciones de Europa del Este que en 1987 comenzaba a saborear la independencia.
El sábado pasado Naty y yo dejamos el depa (piso) en el que llegamos a vivir 21 meses con Nicolai, el Ruso. Como podrán leer en Flatmates y en заповеди хорошой матери, vivir con él fue bastante “pintoresco” pero sus constantes viajes hacían que bien valiera la pena. Sin embargo, cuando su mujer lo venía a visitar lo ganado en meses se iba en cuestión de días.
Animado por los arribistas apetitos de su mujercita (que está loca por empezar a vivir la vida de las revistas y películas que tanto consume), Nicolai no pudo encontrar peor momento para ponerse ambicioso y pedir un ascenso. Al ser comparada con la Gran Depresión, la actual crisis no le dejó mucho espacio de negociación y en un acto de “dignidad”, renunció. Razón por la cual, nos anunció que dejaba el depa y se volvía a Escandinavia – donde la mujer e hija viven permanentemente.
Si bien nuestro plan era seguir ahorrando y mudarnos al finalizar el contrato, en Marzo, me bastó una noche en el depa nuevo para percatarme que no siempre vale la pena pensar en el futuro cuando uno se priva de tantas cosas en el presente. En esa línea, no imaginan la alegría en mi rostro y el de Natalia cuando nos despedíamos de la mujercita de Nicolai – que acababa de llegar para supervisar la mudanza del fatigado marido.
La antigüedad y “lejanía” (a 10 minutos a pie de la estación) del depa actual nos han permitido ganar en espacio. Por primera vez contamos con un cuarto que espera con entusiasmo la visita de familiares y amigos queridos. Y que por mientras, se ha convertido en un espacio para trabajar, jugar y soñar despierto.
En el nuevo depa, me encanta amanecer porque basta acercarme a la ventana del cuarto o de la sala para encontrarme con un inmenso jardín. En él, no es difícil ver ardillas, liebres, patos, palomas y hasta un tronco que sin lentes veo como se convierte en un aguerrido pastor Alemán. Todos ellos juegan en árboles tan grandes como viejos e imponentes, irrigados por un riachuelo que cuando llueve le vienen delirios de grandeza y convierte al jardín en un pequeño lago privado.
La mudanza no hubiera sido posible si no hubiéramos contado con el apoyo de dos buenos amigos: Steve, un Australiano con el que trabajo que llegó a cargar más maletas y cajas que yo. Y Renzo (a quien interrumpí en un restaurante hace 3 semanas, porque su acento me generaba tanta curiosidad que tuve que preguntarle si también era Peruano) que con sólo haberlo visto dos veces, tuvo la gentileza de conducir la camioneta y ayudarnos a cargar. Además de las gracias, a ambos les debemos una muy buena cena.
Ahora que evoco los cuatro lugares en que hemos vivido en este país, me alucina percatarme que sus nombres cuentan con significados tremendamente simbólicos para nosotros. Por 12 meses vivimos en una ratonera ubicada en la residencia de estudiantes internacionales. Luego, nos mudamos a Limehouse (que en los 18 meses que pasamos ahí nos hizo sentir a gusto porque literalmente significa Casa Lima). El edificio en el que vivimos con Nicolai por 21 meses se traduce en “el Intercambio” y a pesar de la intensa Guerra Fría que entablé con su mujer, el balance nos salió muy a cuenta. Hace 5 días vivimos en la calle Davos, que es uno de los pueblos favoritos de la Suiza de mi esposa. Bajo esa misma lógica, el siguiente depa debe llevar por nombre algún pueblo de mi Galicia.
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