22 dic 2008

Papá Noel


Si bien tú y yo emigramos de Perú, también lo hicimos del país de la infancia. Así que en esta entrada, ¿por qué no evocamos juntos nuestro vínculo con Papa Noel?

De niño creía ciegamente en él porque era un convenido. No me importaba el calor que sentía bajo aquel traje de invierno. Ni siquiera me impresionaba su poder de distribución. Yo sólo me fijaba en mis regalos. Los mismos que creía merecer por haberme portado bien durante casi todo el año, pero en especial, por la penitencia de tener que tomar chocolate caliente en pleno verano.

De adolescente me pasé de ingrato. Temiendo perder el frágil respeto de mis amigos mayores, me burlaba de los aniñados que demostraban seguir creyendo en él.

De adulto, disfracé de ironía la alegría de saber a Papá Noel usando la Internet para transferirme la grati a mi cuenta.

Desde que emigré, confieso que Papa Noel ha recobrado sentido en mi vida. Desde que vivo en el Hemisferio Norte, las Navidades son blancas debido a la nieve y no al algodón de E.Wong. Acá me percaté que la media roja se coloca en una chimenea de verdad; que a diferencia de los unicornios, los renos sí existen; y que los pinos de verdad son más estéticos que los de plástico, pero que su belleza es efímera.

A pesar de vivir mucho más cerca al Polo Norte, ya estoy viejo como para que Papá Noel escuche mi pedido. Pero si lo hiciera, le pediría: que me deje escuchar la risa de las sobrinas de mi esposa; que mis viejos no tuvieran que vivir tan lejos; y que una vez más en esta vida, pudiera recibir un abrazo de mi hermana y de mi abuela. De tenerlo al frente, le pediría a Papa Noel que me regrese a aquellas Nochebuenas cuando todos estábamos juntos – aunque tenga que tomar chocolate caliente en pleno verano.

Antes de cerrar, te regalo una pregunta: si volvieras a creer en Papá Noel, ¿qué le pedirías?

Que pases una Feliz Navidad.

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