
Es incontable el número de personas que han soñado con viajar a India alguna vez en la vida. La mayoría de los que llegaron a ir, coincidirán conmigo en que India supera a la imaginación y dependiendo de quién eres la amarás u odiarás. En esta historia resumo las 3 semanas que pasé con un grupo de amigos de la maestría, en este enigmático país que no sabe de puntos medios.
Natalia y yo comenzamos a soñar con ir a la India desde que éramos niños. Desde que llegamos a Londres hicimos tantos buenos amigos de ese rincón del mundo, que lo único que necesitábamos para cumplir con nuestro sueño era un empujón. En ese contexto, no pudo haber mejor excusa que la boda de Shirin & Janak. Apenas nos enteramos que se casaban, decidimos ahorrar y planear nuestro viaje cuanto antes.
Los lugares que terminamos visitando en India pueden ser agrupados en cuatro: la paz del nor-este; la bulla del nor-oeste; el triángulo nor-central; y el vibrante centro-oeste. Si bien suena que visitamos sólo un cuarto del país, hay que tener en cuenta que se trata de un país 2.5 veces más grande que Perú …pero que tiene 39.4 veces más gente.
La paz del Nor-Este
Inicialmente habíamos planeado ir a Varanasi pero nos quedaba muy lejos de Delhi, ante lo que teníamos tres opciones: reventarnos la espalda en el tren, hacer volar nuestro ajustado presupuesto o simplemente, ir a Haridwar. Además, si el punto era presenciar los rituales que tenían lugar en el río Ganges, priorizamos aquellos que se vinculan con la vida antes que con la muerte.
Haridwar nos recibió con aquello que no dejé de odiar en India del Norte: el engaño. Sin tener claro cuánto debíamos pagar desde la estación de tren hasta el hotel, me sentí "habilísimo" cuando logré que el conductor del triciclo baje el precio de 100Rps a 60Rps. Sin embargo, pocas horas más tarde me enteré que la tarifa era de sólo 20Rps. A pesar que se trataba del inicio de una serie de incómodas negociaciones, Haridwar nos fascinó.
De acuerdo a la leyenda, el Dios Krishna pasó su infancia en Haridwar. Por esta razón, cada año 18 millones de personas peregrinan hacia "Har-ki-Pairi", justo al frente del hotel en que nos quedamos. En ese lugar sagrado, cada día a las 6pm tiene lugar una ceremonia que lleva por nombre "Ganga Arati". De acuerdo al Hinduísmo, el rio Ganges tiene su origen en nuestro equivalente del paraíso y al llegar a la tierra purifica a todos aquellos que toquen sus aguas. Por cierto, "Haridwar" significa puerta de accceso al Ganges, "Ganga" es río Ganges y "Arati" significa acto de devoción religiosa. El "Ganga Arati" es un rito que complace a todos los sentidos y en especial, al antropólogo que todos llevamos dentro. Aún en "temporada baja", cientos de personas se congregan en "Har-ki-Pairi" para realizar ofrendas, elevar alabanzas al río, hacer vibrar los tambores, destilar incienso y encender flamas a los que cada uno de los asistentes procurará acercarse como si de eso dependiera su vida. Entre todos estos componentes, el que más llamó mi atención fue la ofrenda, que consiste en dejar que la corriente se lleve para siempre un arreglo floral compuesto por hojas de plátanos, decenas de flores naranjas y rojas y una vela encendida en el medio.
En cualquier otra hora del día, Haridwar es un pueblo caóticamente interesante que combina la bulla con el silencio. Si bien hay mucho comercio ambulante y muchísimas personas se abren paso por sus angostas calles y pasajes, la mitad de Haridwar parece un pueblo fantasma que espera la siguiente “temporada alta” para abrir aquellos hoteles, restaurantes y pequeños negocios que no quedan tan cerca del "Har-ki-Pairi".
Motivados por lo que habíamos leído y escuchado de Rishikesh, decidimos pasar el día siguiente en ese poblado – pero los engaños continuaron. El acuerdo al que habíamos llegado con el vendedor fue que el tour partiría a las 9am y que para asegurar nuestros asientos, debíamos llegar 30 minutos antes. Si bien partimos casi a las 10am, el principal engaño tuvo lugar apenas el grupo subió al bus. Si bien teníamos guía, sólo hablaba Hindi y Kurdo. Para colmo, 10 minutos después de partir, el bus se detuvo frente a un templo y desde ese momento comenzamos a quejarnos de una costumbre muy arraigada que fue en contra de mi severo resfrío y en especial, de mi tratamiento contra los hongos del pié, pues todos los templos exigen sacarte los zapatos. Incluso el clima nos engañó, pues amaneció igual de soleado y caliente que el día anterior – en que nos la habíamos pasado en manga corta. Sin embargo, a las 11am, comencé a temblar porque para colmo, Rishikesh queda en las montañas.
El tour resultó ser una excursión espiritual porque se detuvo cada 30 minutos para visitar templos y más templos, que estoy seguro que hubiéramos apreciado de no ser por la barrera del lenguaje. Al cabo de dos horas, llegamos por fin a Rishikesh y Naty y yo le pedimos al más joven del grupo, que felizmente sabía algo de Inglés, que le pregunte al guía a qué hora y de dónde saldríamos de vuelta a Haridwar. Cuando nos enteramos de las coordenadas, optamos por irnos por nuestro lado y a nuestro ritmo. Como era de esperar, acabada la tarde y agotada nuestra paciencia tuvimos que tomar otro bus porque se olvidaron de nosotros. Aún así, valió la pena porque Rishikesh fue creada para recorrerla a tu propio ritmo.
Hay dos aspectos que le han dado fama mundial a Rishikesh: el yoga y la visita de los Beatles en 1968. Aún así, le agradecí al Dios Yogui porque la zona se sigue manteniendo casi virgen del occidente. A pesar que la recorrimos a más no dar, ese día no vimos turistas – sólo fans del Yoga. Según nos contaron en el restaurante, ahí sólo llegan aquellos interesados en darle sentido a su vida – ante lo que optamos por no contradecirlos. Días más tarde, cuando dejábamos atrás el Nor-Este de India y emprendíamos el camino de regreso a Delhi, conocimos a una Belga que nos confesó que tras varios años de formación y práctica de ésta disciplina en Europa y América, Rishikesh la había desilusionado y emocionado a la vez. Si bien no encontró a ningún maestro que esté a la altura de lo que había soñado en el otro rincón del mundo, en un momento de meditación se percató que después de Rishikesh, el viaje sería interno.
La bulla del Nor-Oeste
Tras haber pasado 5 horas en Delhi, partimos para Jalandhar. Bastó que llegáramos a nuestros asientos en el tren para que Bejoy, un muy buen amigo de la maestría, nos llamara como siempre: “¡Pajero!, ¡Bombón!”. En este punto conviene aclarar que el adjetivo que usa para llamarme no corresponde a mi pulso adolescente sino al porque las camionetas Mitsubishi se llaman Montero en América Latina, y que llama a Natalia de esa manera porque “me pone celoso”.
A punto de llegar a nuestro destino, el bueno de Bejoy nos advirtió que a donde íbamos no había mucho que hacer. Ante lo que respondimos que habíamos venido a pasar tiempo con él y con su familia. Al llegar a Jalandhar, el suegro de Bejoy nos salió a dar el encuentro con los brazos abiertos. Me impresionó cuán similar era su rostro al de mi abuelo, incluso su tez era idéntica. Camino a casa, tanto a Naty como a mi nos llamó la atención la cantidad de gente que veíamos en las calles y recordamos cuán apasionadamente Bejoy argumentaba que Jalandhar era un pueblo y, según nos contaba, que su mujer defendía a su tierra llamándola ciudad. Ante ello, pregunté por el número de personas que viven en Jalandhar y su respuesta empujó a Natalia a decir que se trataba de la mitad de la población de un país. Desde ese momento y por tres días, fuimos parte de los 10 millones de personas que viven en esa “zona geográfica”.
El caos y la bulla del tránsito local nos abrumó tanto que confieso que encontramos paz en sólo dos refugios: la casa de los suegros de Bejoy y el Golden Temple. La familiaridad con la que me había recibido el suegro de Bejoy no tardó en convencerme que me encontraba en casa, en especial tras haber conocido al resto de su familia. Se trataba de un hogar con dos hijas: la esposa de Bejoy, que junto a él y sus dos hijos viven en Malawi, y la cuñada de mi amigo que vive con su esposo en Dubai. La familia era completada por la suegra de Bejoy, quien no dejó de atendernos y comprobar que la estábamos pasando bien.
Las noches que pasamos en Jalandhar tuvieron por protagonista al suegro de mi amigo. Me fascinaron las conversas que sostuvimos en el patio, en donde se prendía una fogata que calentaba por igual a los miembros de la familia; a los empleados del hogar; y a un par de peruanos. En círculo, fue maravilloso comprobar que a pesar de las distancias y aparentes diferencias, las prioridades siguen siendo las mismas. Que a pesar de la lejanía, no hay mayor satisfacción para un padre que saber a sus hijas felices; que a pesar de no encajar en la comprensión de equidad occidental, los géneros son complementarios; y que el recuerdo no se borra cuando el sabor de la sobremesa supera la comprensión del paladar.
Al día siguiente partimos aún más al Nor-Oeste, camino a Pakistán. Estábamos muy ilusionados por ver el Golden Temple (Templo Dorado) – el principal templo de los Sikhs. En Sánscrito, Sikh significa discípulo. En cierta forma, los Sikh se parecen a los Jesuitas pues son considerados soldados-santos. Cada seguidor de este credo está llamado a aspirar a la santidad a través de su devoción a Dios y su servicio a la humanidad. Sin embargo, en caso sea necesario, deberá adoptar el rol de soldado e incluso perder la vida protegiendo al pobre y débil – sin importar su religión, raza, edad y sexo. En resumen, los Sikhs tienen como ideales la honestidad, equidad, fidelidad, meditación sobre Dios y nunca bajar la cabeza ante la tiranía. De esta manera, me entusiasmó percatarme de cuán similarmente apasionados son ambos grupos al defender la fe y la justicia social.
Si bien no todas las comparaciones son justas, cuando a los 24 años visité el Vaticano me di cuenta de cuán lejos está la política humana del amor de Dios. A mis 32, lo último que encontré en el Golden Temple fue la arrogancia de los Católicos que nos creemos poseedores de la única verdad. Tanto por la infraestructura, como en especial por la reacción emocional e incluso física que generó en mí, no tengo problemas en aseverar que el Golden Temple es el lugar más sagrado que he visto en ésta vida. Valgan verdades, la mística Sihk pinta a su templo con tolerancia, alegría y compañerismo, mientras el Vaticano se desdibuja por vender souvenirs.
Como último gran destino turístico en el Nor-Oeste, nos quedaba el límite entre Pakistán e India. Hasta el día de hoy sigo pensando que lo que presenciamos ahí es peligroso. A ambos lados del borde, tanto militares como civiles se afanan por mostrarle al otro bando quién es más macho, más fuerte. Para ello, un grupo de 10 militares marcha levantando las piernas tan alto pueden, mientras un animador con parlante en mano, manipula a los cientos de asistentes sentados en las gradas para que vitoreen el nombre del país en el que se encuentran. Lo cierto es que dicha teatralización de la guerra refuerza el orgullo Pakistaní, por haber logrado separarse de un país mayoritariamente Hindú para poder ejercer libremente su cosmovisión Musulmana. En el caso de India, hay una sensación de malestar no sólo contra los “traidores separatistas” sino incluso contra Inglaterra, que favoreció la creación de Pakistán. Esa tarde, no dejé de hallar similitudes con lo que sucede entre mi país y sus vecinos Chile y Ecuador. Soy de la idea que sin importar el lado del borde en que uno se encuentra, los civiles seguimos siendo hermanos. Si se trata de encontrar culpables, apuntaría a los políticos y a los militares. A los primeros, por abrirnos viejas heridas a cambio de votos y a los militares, por hacer del miedo su sustento de vida.
El triángulo Nor-Central
Si bien habíamos pasado algunas noches en casa de Mari & Francois, en Delhi, fue recién aquí en que llegó la oportunidad para compartir con este par de queridos amigos – a los que también conocimos durante la maestría en Londres.
Gracias a ellos, cambiamos nuestro plan inicial de recorrer en tren el triángulo que conforman Delhi, Agra & Jaipur. Al final de cuentas, hicimos muy bien al contratar a un chofer que en los 1100 kilómetros que recorrimos con él, no dejó de hacer lo posible por quedarse con los vueltos. Aún a pesar que su actitud generó conversaciones apasionadas e inspiró el uso de los calificativos más pintorescos del Castellano, le agradecí por habernos evitado mil ajetreos y muy en especial, porque nos permitió conversar como nunca.
En India, los planes siempre se atrazan debido al tráfico. Esto no sólo se debe a la densidad de personas por kilómetro cuadrado y porque una gran proporción de ellas cuenta con algún medio de transporte motorizado, sino porque una proporción aún mayor de personas se mueve caminando o gracias al esfuerzo de animales que jalan sus carretas. En nuestro recorrido por el triángulo tuvimos que evitar bueyes y vacas; caballos y mulas; camellos e incluso elefantes que transportaban personas. Además, no son los únicos animales salvajes que aparecen sin previo aviso en las calles y carreteras, pues hay muchísimos monos e incluso taxistas.
En Agra no hay nada más que ver que el Taj Majal. Este monumento es tan importante para el gobierno local – que tiene fama de ser el más corrupto de toda India – que hace ya algunos años erradicó cualquier industria en la zona. Con ello, por un lado proteje al Taj de los efectos de la polución pero por otro lado, restrinje las opciones laborales a empresas de servicios y de artesanías. Cabe resaltar que el complejo del Taj es mucho más grande de lo que vemos en las fotos, pues no sólo consta del edificio blanco más popular del planeta sino que cuenta con piletas y jardines que incluso a mí, que no le presto atención a las plantas, me arrancaron admiración. Además, existen otros edificios que no dejan de ser hermosos. De todo ello, lo que más me gustó fue el trasero del Taj Mahal, por el cual, parsimoniosamente pasa el río Yamuna – que dramatiza cualquier foto, incluso la más sutil emoción. Es por ello que lo mejor es visitarlo al atardecer.
Aquella noche, Naty y yo decidimos quedarnos en el “Kamal”. Tanto su nombre, que nos causaba risa, como su precio nos persuadieron de quedarnos en ese y no en el hotel de nuestros amigos. Valgan verdades, nos quedamos ahí porque habíamos leído que tenía una súper vista del Taj. Como a la mañana siguiente continuábamos con nuestro recorrido, queríamos tatuarnos la emoción de haber estado en ese lugar así que subimos a la azotea y a pesar del hambre, disfrutamos más con la vista que con el paladar.
Apenas llegamos a Jaipur, la capital de Rajhastan, nos registramos en un hotel que me encantó porque se trataba de una casa-hotel. Según el dueño, toda esa zona había sido la hacienda de su padre y el hotel en que nos recibía, la casa en donde él se había criado. Con esta historia, no dejé de envidiarlo porque la casa era de lo más interesante, pero no pude evitar tenerle algo de lástima también. Quizá su padre haya lucrado con la venta de las tierras, pero a él le tocó vivir en una zona de lo más contaminada por la basura y el ruido. Felizmente, el hotel quedaba en un enclave – libre de polvo, paja y bulla.
Como cualquier ciudad o poblado que visitamos en India, salvo Rishiskesh, Jaipur es de lo más caótico. Sin embargo, su número de atracciones por kilómetro cuadrado no tienen comparación. Tras recorrer 10 kilómetros al sur del hotel, llegamos al Amber Fort. Basta ver una foto para quedar tele-transportado a películas del corte de "Indiana Jones en búsqueda del templo perdido" e incluso, sentirte frente a la muralla China. De la dosis exótica se encargaron la junta de monos propietarios del fuerte y el equipo de elefantes que de pagarles te llevarán desde el centro del pueblo hasta la entrada al fuerte. Ambos grupos de mamíferos son igual de impresionantes que la intensidad de los colores de Jaipur: el cielo es pulcramente azul, la luz solar es fosforescente y muy en especial, es alucinante el dramatismo que destilan los ropajes de las personas y sus animales. En ese lugar, resulta fascinante hacer un alto, dejar de preocuparte por los monos ladrones, y dejar que tu mirada se pierda en los pueblos aledaños. Tal como sucede en Perú, es imposible dejar de preguntarte ¿cómo demonios hicieron para construir eso?
Al día siguiente emprendimos el regreso a Delhi. Ya en la capital, Naty y yo teníamos dos misiones a cumplir prontamente: ella tenía que comprar su vestido para la boda y yo quería ver a un buen amigo que conocí en Suecia, cuando hacía mi primera maestría. Al día siguiente, Sanjay me pasó a recoger para ir a almorzar a su casa, con sus chicas. No recuerdo haber tenido antes el magnetismo que tuve con su pequeña, pues mi presencia despertó reacciones de lo más intensas: al inicio generó llantos desbordados y luego hilarantes carcajadas. Fue genial que Sanjay me invitara a sentarme en su mesa; disfrutar de su postre favorito; comparar el colonialismo Británico y Español; y percatarnos que Perú e India van por procesos de desarrollo muy similares.
Llegó la noche y tras haberme despedido de la familia Gupta; cortarme el cabello; comprar el vestido de Naty y saludar a mis viejos queridos por Navidad; llegamos a casa para prepararnos para la Noche Buena.
Dado que los Cristianos conforman una muy pequeña minoría, jamás hubiera pensado que Navidad era feriado en India. Luego me explicaron que era parte de un pacto multi-religioso en el que cada trabajador tiene 12 feriados religiosos para escoger a lo largo del año. La idea me pareció sensacional y a la par, por un momento, envidié a los ateos que dos semanas al año descansan por “obra y gracia de Dios”.
Después de llamar a 7 restaurantes, Mari logró reservar la única mesa libre de un restaurante italiano ubicado en las afueras de Delhi. Cuando por fin llegamos a “Tonino”, me percaté que el largo y sinuoso camino había valido la pena. Se trataba de un restaurante con una línea de diseño interior de lo más sofisticada, casi tanto como su comida. Esa noche hice algo que no pensé que podría hacer en India. Estaba saturado de los vegetales, así que me escudé en el hecho que me encontraba en un pedazo de occidente y pedí carne de vaca. Cuando el bife y mi paladar lloraban por la emoción del re-encuentro, brindé y celebré porque en esa fecha tan especial, Naty y yo nos re-encontrábamos con Mari & Francois.
Dieron las 2 de la madrugada y emprendimos el camino de vuelta a casa. Al llegar, y a pocas horas de despedirnos, me percaté que no sólo habíamos logrado reconfirmar la compatibilidad que sentimos en Londres sino que habíamos llevado nuestra amistad a una fase muy superior. En los días que pasamos juntos, los cuatro compartimos dramáticas experiencias de vida lejos del terruño; los planes que tanto temor como ilusión nos gustaría poder concretar en el futuro cercano; pero muy en especial, nos meamos de la risa. La paz y el sentido del humor de Francois y los cojones y entusiasmo de Mari, nos cayeron del cielo en esos días en que India nos comenzaba a abrumar. Aquellos momentos fueron como postres, que hoy guardo como dulces recuerdos.
El vibrante Centro-Oeste
El 25 de diciembre volamos desde Delhi hasta Pune y ya en el aeropuerto, me percaté que lo que tenía al frente era la cumbre de un “viaje de prom” (el viaje que tiene lugar a punto de acabar la escuela). No tardamos en encontrarnos con Simram y Gabrielle, a quien lo acompañaba su novia y hermano. Poco más tarde, éramos 6 amigos volando a encontrar a 15 más. Dado que fuimos a Pune porque Shirin se casaba y de ello hay mucho de contar, reservo los detalles de ese período para la siguiente historia. Así que en este momento, permítanme saltar hasta Mumbai.
Mumbai es la urbe más fascinante que encontré en India. Para empezar, tiene mar e incluso su bahía y arena blanca me hicieron recordar a Rio de Janeiro. Se trata de una ciudad de calles amplias; de tráfico casi-ordenado y constantemente decorada por impresionantes edificaciones. Las 19 millones de historias que confluyen en Mumbai son igual de intensas, diversas y fascinantes. Fue ahí que pasamos año nuevo. Para ese entonces, el grupo se había reducido a 17 integrantes: 6 Indios, 3 Italianos, 2 Inglesas, 2 Canadienses, 1 Indonesa, 1 Gringa y 2 Peruanos. Cenamos, conversamos, coreamos la cuenta regresiva, celebramos y los cohetones me llevaron de vuelta a cuando los compraba y reventaba con mi tío Lolo en el parque que quedaba frente a la casa en donde transcurrió mi infancia.
Cuando somos niños, los adultos frecuentemente nos aburren con el mantra de “vale la pena estudiar”. Confieso que tuve que llegar a la India para lograr entender a qué se referían. De no haber sido por las maestrías que estudié, no sólo no hubiera encontrado el empujón que necesitaba para ir hasta allá, sino que no hubiera aprendido y disfrutado tanto este viaje. Siempre existe la posibilidad de seguir un tour organizado, sin espacio al error pero tampoco a la aventura. Otra opción es viajar a tu propio ritmo siguiendo los consejos de un libro. Sin embargo, ninguna de estas alternativas se puede comparar con el cariño con el que te recibe un amigo que te invita a quedarte en su casa y enseñarte aquello que lo construyó y provocó en ti amistad.
Un viaje como este te instruye incluso más que una maestría. Es verdaderamente fascinante y aleccionador el balance que uno alcanza cuando logra percatarse que a pesar de nuestras diferencias más estridentes, los seres humanos buscamos lo mismo todos los días. Lo rico del proceso es que aprender de otras formas de ver la vida, le enseña a uno a tomar atajos a veces y otras, a detenerse para disfrutar lo que tenemos en frente. A partir del contraste, es muy sabroso re-valorar lo que uno trae consigo encapsulado en historias familiares, gustos y sueños. En esos días, me percaté de la facilidad que tenemos los Peruanos de juzgar lo diferente basado en imágenes estereotipadas. Por el contrario, en India, fue fascinante haber sido testigo de cómo las culturas y religiones no sólo conviven, sino lo mucho que saben la una de la otra y de cuánto respeto generan los espacios que el otro grupo considera importante.
Finalmente, fue gratificante comprobar que a pesar de la lejanía a la familia, uno puede lograr sentirse en casa en compañía de buenos amigos. Y que de la misma forma en que mis viejos me animaron a hacer este viaje, procuraré empujar a mis hijos para que vuelen hacia donde sus sueños de niños los quieran llevar.
Tengo por delante dos historias más sobre la India: “Boda India” en donde narro la verdaderamente alucinante boda de Shirin y Janak y “Lo bueno, lo malo y lo feo de India”, en donde me tranquiliza saber que mis amigos de la India no pueden leer en Castellano. Prometo que en aquellas oportunidades, haré las historias más cortas y en especial, que no tardaré tanto en volver.
FOTOS
5 comentarios:
Las fotos hablan por si solas. Expectaculares. La India esta entre mis destinos a visitar... tus fotos y las buenas experiencias animan a ponerse las pilas (Antes que llegue el primogenito)
Saludos a Natalia.
Abrazo
JV
Hola Cesar:
Un recito de viaje impresionante,
Tienes razon en eso de que la gente o ama u odia la India. Yo fui hace 5 anos, y la verdad es que yo me quede con hambre para mas.
Asi que creo que para esta navidad ire para hacer Calcuta y el Sur. Creo que viajar te ensena muchas cosas e incluso te ayuda a comprender mas la realidad del Peru y del mundo.
Un abrazo desde Toulouse
Daniel
barretodaniel@hotmail.com
Qué tales aventuras !! lindo viaje y excelentes fotos.
Una consulta, no podias ponerte medias para entrar a los templos?
Saludos,
Cynthia
Hola Cesar,
Que gusto que tu y Naty hayan podido disfrutar de este viaje que fue tan esperado. Al leer tus experiencias y ver tus fotos me transportaste a mis dias en India y los buenos momentos que vivi por alla y te agradezco por eso.
India es una experiencia que se debe vivir en carne propia y por eso no me canso de recomendarle a todo el mundo que se animen a ir y conocer todo lo que India tiene que ofrecer. Espero tener la suerte de regresar pronto y conocer los lugares que no puede visitar en los 11 meses que vivi por alla...
Es la primera vez que pongo un comentario en un Blog, y que mejor ocasion de hacerlo en el tuyo.
Espero tus proximas entradas.
Saludos desde A'dam.
Una Abrazo,
Chalin.
Zambita, que tal historia que te has mandado, pero sin duda es una experiencia incomparable.
Estare pendiente de tus proximas aventuras en tu blog.
Un abrazo.
AGLT
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