21 jun 2007

Hakuna matata


El Rey León es mi película infantil favorita. Me gusta tanto que decidí celebrar mi último cumpleaños viéndola en el teatro. Después de haber visto ambas versiones, no sólo confieso que me quedo con la puesta en escena sino que recién la semana pasada me enteré que la obra tenía lugar en Kenya. La siguiente es la historia sobre mi primer viaje al país de Simba.

Como si se tratara de los preparativos para un Safari, la organización para la que trabajo me envió a una clínica especializada a que me llenen de vacunas y pastillas anti-malaria. Debido a mil razones, fue a punto de subirme al avión en que me percaté que no traía conmigo ni mi tarjeta de vacunas, ni tampoco mis Malerones. Inmediatamente entré en pánico. Como había dejado mi celular en casa, prendí la computadora, logré conectarme a Internet y le mandé un mensaje desesperado a mi compañero de depa. Cómo temía que no vea su correo, también le envié un correo a Natalia – mi esposa. Para quedar más tranquilo, le mandé un mensaje a mis viejos en Lima para que le dijeran a Natalia en Ayacucho que le diga a Nikolái – el Ruso con el que vivo en Woking – que le tome una foto a mi cartilla de vacunaciones y me la envíe por correo electrónico. Esa sería la prueba que necesitaba en caso me hicieran problemas al llegar a Kenya. Subí al avión y después de 8 horas de vuelo y 20 minutos de cola, llegó mi turno: saludé al oficial, con mis manos sudosas le entregué mi pasaporte y le dije el número de la página en que encontraría mi visa. Por su parte, él me preguntó por mi número de vuelo y dónde estaba la cartilla de mis vacunas. Hubo pausa, levantó la mirada y le bastó verme la cara para arrojar un sublime: ¡Hakuna Matata!

África es fascinante. Si bien las historias de los medios no dejan de ser ciertas, la sensación que tuve al llegar fue la misma que apreciaba en aquellos turistas que llegaban a Perú cuando nuestro presidente era caballo loco y no el lobo que hoy se disfraza de abuelita. Abracadabra, toque de queda, se escuchaba la bomba y la luz desaparecía, pero nuestro país jamás se detuvo. La electricidad sólo cubre las principales ciudades del país y un día después de llegar a Nairobi, explotó un coche-bomba – pero Kenya tampoco se detiene. En ese marco, quizá lo más parecido a nuestra gente es que a pesar de las grandes necesidades e incluso de las bombas, no pierden ni el humor, ni las ganas de compartir.

Para describir Tharaka basta decir que se trata de uno de los distritos más pobres de un país en que la expectativa de vida es de sólo 47 años. Motivados por el afán de mostrarme lo mejor que tienen, mi equipo local me mandó a dormir a la edificación más nueva del pueblo. Se trataba de una casa de huéspedes que por 30 minutos al día contaba con luz gracias a un escandaloso grupo electrógeno. La primera noche, tras aprender como cubrir mi cama con la net anti-mosquitos, me puse sandalias prestadas y me bañé procurando obviar la cantidad de insectos que había en la habitación, incluso en la ducha. Tras 9 horas de viaje saltando y sudando en la camioneta, encontré ese chorrito de agua sumamente refrescante. Sin embargo, 5 minutos más tarde estaba sudando nuevamente. Así que regresé al baño, me lavé el rostro, me eché repelente y corrí a refugiarme debajo de la net. Abrí la cama y logré aplastar a tiempo a una pulga enorme que saltaba por la alegría de verme. Se apagó la luz y el cuarto se sumergió en una oscuridad amenazante. De manera sincronizada, el volumen de la vida invertebrada subió al máximo. Aunque trataba, era muy temprano para dormir. En especial, porque debido a la diferencia horaria para mí eran sólo las 8pm. Así que seguí intentando. Al despertar y como si no estuviera estreñido, fui al baño y encontré una lagartija que bebía del inodoro. En fin, si bien era el único humano en esa casa – nunca fui su único huésped.

Debido a que mi trabajo consiste en diseñar una campaña global contra la violencia escolar, fui a Tharaka a aprender de las iniciativas comunitarias y gubernamentales, pero también a explorar qué justificaciones culturales están detrás de este tipo de violencia. Así que entrevisté a varios escolares, líderes y autoridades. De todos ellos, fue la resiliencia de los niños de la que más aprendí. Oportunamente, mi visita coincidió con la conmemoración del día del niño Africano. Aquel día, viajamos por dos horas hasta llegar a una escuela en la que estaban compitiendo 11 colegios. Cada uno de ellos, traía consigo un canto o un sketch en el que representaban la lucha por sus derechos. Aunque fuera de mi campo de estudio, el tema que más me fascinó fue la circuncisión femenina. Recién entendí que no sólo se trata del salto de la infancia a la vida adulta – pues luego de ello, la niña de 7 años está lista para casarse – sino que los padres lucran con lo que la familia del novio pagará por llevarse a su hija.

Como cualquier mestizo, mi color de piel se mimetiza todo el tiempo. En Lima caigo en la categoría de cholo blanco, en Londres de Latino, en Woking de Mediterráneo, pero no hay duda que en Kenya era un "Muzungu". El descarte era simple: mi color no encajaba con el de los descendientes de la India y menos con las diversas tonalidades de las 42 tribus locales – así que era blanco y punto. Poca importancia le prestaban a que no era Europeo, sino Peruano. Ante ello, no sólo me percaté que no sabían donde queda nuestro país sino que concluí que jamás me encontraría con algún compatriota. Y así fue, …hasta el último viernes.

Al regresar a mi hotel en Nairobi, decidí irme a tomar una cerveza a uno de los pubs recomendados por la "rough guide" de Kenya. Sin embargo, después de 20 minutos sólo había logrado conversar con el guachimán y ya estaba a punto de volverme cuando al pata que pasó a mi costado le disparé un tímido: "¿Latino?". Voltió bruscamente y con mucha intriga me respondió: "sí, Peruano". Mis modales no lograron filtrar mi reacción y se me escapó un "¿Y que M haces acá?". Ambos reímos y a los 3 minutos estaba sentado en una mesa junto con él, su hermano y sus dos hermanas. Había encontrado a la familia Bettocchi y con ella, la posibilidad de saborear nuestra jerga. La pasamos tan bien que el Domingo, horas antes de dejar atrás al Este de Africa, no sólo volví a verlos sino que conocí a sus viejos y pasé con todos ellos – e incluso su perro recién llegado de Lima – una muy linda tarde en familia.

La única gran desilusión que me traje de Kenya fue el Sol. Esperaba recuperar el color que tenía en Lima pero regresé siendo el mismo Muzungu que partió de Londres. Además de cumplir uno de mis sueños como era ir a África, conmoverme con la valentía de los niños y enorgullecerme por el trabajo de Plan – la organización para la que trabajo – una de mis más grandes alegrías fue re-encontrarme con Rasna Warah – una gran amiga de la maestría. Junto con su marido, compartimos historias personales, rutas profesionales y excelente comida. Quizá la más memorable tuvo lugar en "Carnivore" – donde probé y me enamoré de la carne de Cocodrilo.

Hay una palabra que resume el afecto que despertó Kenya y su gente en mí: “Nawapenda”, pero ese no es un cuento para niños.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Acabo de leer tu blog de tu viaje a Africa, mierda compadre vaya viaje que te has dado todo esto por trabajo? joder que tu narracion me ha hecho viajar hasta ese lugar realmente lo has hecho de puta madre hermano, te felicito!.

Fernando Rojas

Anónimo dijo...

Alucinante!!!!!!!!!!!!!!!

Aabo de chequear tu blog y las fotos y estan recontra cheveres… de hecho una super experiencia.. debe haber sido como visitar un mundo totalmente distinto!

Anónimo dijo...

cesitar te felicito, realmente de nivel, que gusto por ti.

un abrazo compare, espero verte pronto.

Anónimo dijo...

Inevitable... me lei tus 3 columnas y me deleite con todas las fotos... q experiencia ALUCINANTE!!!!... beso

cebaz dijo...

Esta historia, tambien fue publicada por el Diario El Comercio:

http://blogs.elcomercio.com.pe/yotambienmellamoperu/2007/10/hakuna_matata.html

Anónimo dijo...

Excelente historia!!...¿En qué trabajas que viajas tanto?...bueno, deberías publicar blogs más seguidamente para que los Peruanos podamos disfrutar de tus historias escritas desde tan lejanas tierras.

Anónimo dijo...

Cesar, tu blog esta excelente!!! Sigue escribiendo y deleitandonos con tus historias! :)
Felicitaciones, Ingeborg